lunes, 7 de mayo de 2012

La deriva fascista de los países comunistas.

Vivimos unos tiempos en los que todo se concibe y percibe  en clave económica, y fuera de ahí lo demás parece no existir. En tal sentido las nuevas-o no tanto- realidades políticas en países como China o Viet Nam con regímenes  comunistas que han implantado una economía de corte capitalista son consideradas por la comunidad internacional con apelativos, fuera del debate doctrinal, que constituyen verdaderos casos de oxímoron: “Capitalismo de Estado” o “Socialismo de Mercado”. Nótese que para consumo de socialistas, propios o extraños, lo de capitalismo y mercado tienen un tono peyorativo y por lo tanto hay que acompañarlo de palabras supuestamente laudatorias como Socialismo o  Estado. Con esta designación asentada en el ámbito exclusivamente económico la gente parece darse por satisfecha, como si no hiciera falta mirar más allá. Los que sí lo hacen y encuentran que no se trata de ordinarias dictaduras  privatizando empresas, sino de la incorporación de la propiedad privada y las prácticas económicas capitalistas a un sistema totalitario, recuerdan que ya conocíamos un nombre para algo así: fascismo.

Quizás sea conveniente hacer un poco de memoria sobre los dos grandes totalitarismos del siglo pasado: comunismo y fascismo. A pesar de ser antagónicos e irreconciliables es preciso recordar que ambos se ofrecieron como la única alternativa posible para superar  al capitalismo burgués y liberal: “El trabajador en un estado capitalista no es visto como un creador, sino como una máquina, un número, una rueda en la máquina, sin sentimientos ni razón. Está alienado de lo que produce. El trabajo es la única manera de sobrevivir, no un camino para mayores bendiciones, no un placer, no algo de lo que estar orgulloso, satisfecho. Somos un partido de trabajadores porque vemos que se aproxima la batalla entre finanzas y trabajo, el principio del final de la estructura del siglo XX. Estamos de lado del trabajo y contra las finanzas. El dinero es la vara con que mide el liberalismo, el trabajo y el talento del estado Socialista. El Liberal pregunta: ¿Qué eres?, el Socialista pregunta: ¿Quién eres? No queremos hacer a todas las personas idénticas, tampoco queremos niveles sociales, alto y bajo, por encima y por debajo”. La cita no era de un marxista sino de Goebbels en el discurso “Por qué somos Nacional- Socialistas”.

Si nos ahorramos describir todo lo que tuvieron de horrible y grotesco ambos sistemas durante su recorrido histórico, a pesar de sus pretensiones doctrinales, retóricas y delirios caudillistas, y sólo  reparamos en el resultado final de su modelo de Estado tan similar en ambos casos: unicidad partidista y sindical, ideologización de la sociedad encuadrada en organizaciones de masas al servicio de la identidad Estado-partido-gobierno-pueblo, y demás rasgos totalitarios en prensa, justicia, doctrina, seguridad, etc. Se puede recordar que las diferencias, en forma de reproches comunistas, eran relativas a cuánto se desmontaba del sistema capitalista precedente. El comunismo lo desmantela por completo, el Estado queda como depositario absoluto de la propiedad y los intereses de clases, que ya no tendrán que reivindicarse  porque la burocracia estatal se hará cargo de velar por la “justicia” social. Mientas el fascismo, que se definía como la tercera vía entre capitalismo y comunismo, creaba el estado corporativo con una economía dirigida donde se “armonizaban” los intereses de trabajadores y burguesía, bajo control del Estado y al servicio de este. Así la burguesía consentida que pasaba el filtro ideológico  se incorporaba a la elite privilegiada junto a la burocracia del Estado. Los dos sistemas asignan de modo coactivo lo que es “conveniente” al trabajador sin opciones de protestar.

 Los países comunistas que se transforman hacia una economía mixta, de capital público y privado, están desandando el camino situándose en una tercera vía intermedia semejante a los fascistas. Esta vez creando de la nada esa burguesía fiel que acompaña a la élite burocrática, y que dispone de una clase trabajadora obediente y “armonizada” ideológicamente. Es un error de percepción- ingenua o interesada- considerar que estamos ante una transición paulatina hacia un régimen capitalista y democrático, porque esto conlleva a que se evalúen dichas transformaciones  en la medida que se avanza en la buena dirección. Pero no es así, la supuesta transición es un fin en sí misma, hasta alcanzar todo el capitalismo que el sistema comunista pueda digerir sin perder su naturaleza totalitaria que es la que garantiza el poder a la nueva élite, partidista y capitalista. De no gozar de tan mala prensa, algunos ya se habrían apurado en llamar al conocido modelo chino  como “Fascismo del siglo XXI”.

Enrique García Mieres.

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