UN PRESIDENTE A SALVO DE LOS CIUDADANOS.

¿Cómo los ciudadanos cubanos pueden cambiar al presidente?, .

IDEOLOGÍA OCIOSA.

Y ahora cuál es el plan.

LA DERIVA FASCISTA DE LOS PAÍSES COMUNISTAS.

Cuando el comunismo incorpora una economía capitalista.

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EL DIPUTADO SE LLAMABA CUADRO.

La teatralidad de ser diputado en Cuba.

CUBA A MANO ALZADA: ESTO ES UN ATRACO.

En Cuba el voto a mano alzada o secreto, no es la cuestión: el predelito.

CUBA: MINORITY REPORT.

En Cuba se condena antes de delinquir: el predelito.

FUERA DE LA LEY.

Cuánto Estado hay fuera del Estado.

CUBA ANTE LA RSC: OTRO EMBARGO?.

Cuba ante el riesgo de una nueva ética empresarial.

miércoles, 23 de enero de 2013

Tics Argumentales: Retóricas de la Intransigencia



Primero lo esbozó en la Universidad de Michigan con una conferencia en 1988 titulada Two Hundred Years of Reactionary Rhetoric: The Case of the Perverse Effect; y posteriormente con un libro: The Rethoric of Reaction (Retóricas de la Intransigencia, en su edición española). El economista y sociólogo Albert Hirschman, ante el acoso de las corrientes de opinión conservadoras al Estado del Bienestar en los años ochenta, se dedicó al estudio crítico del pensamiento reaccionario- entendiendo el término en el sentido newtoniano de reacción- desde una perspectiva histórica, analizando las resistencias que tuvieron las grandes reformas sociales y políticas liberales desde la Revolución Francesa, en la consecución de los derechos civiles, políticos y sociales. Una ristra de celebridades, Tocqueville, Burke, Pareto, Hayek, Friedman, Dickens, Polanyi, entre otros, son sometidos al escrutinio del autor que desvela una serie de débiles razonamientos y estereotipos, que se han venido usando a lo largo de la historia como tics argumentales.

Hirschman identifica tres tesis reaccionarias- es decir, opuestas a los cambios- que desde entonces se han convertido en un marco conceptual útil  para estudiar las fuerzas que pugnan en la dinámica política. La tesis de la perversidad o el efecto perverso según la cual toda acción que intenta mejorar el orden político, económico o social sólo sirve para exacerbar la condición negativa que se pretende remediar, “la tentativa de empujar a la sociedad en determinada dirección resultará, en efecto, en un movimiento, pero en la dirección opuesta”. No se trata de señalar la incertidumbre que acompaña a las acciones humanas, las imperfecciones o las consecuencias involuntarias; sino la certeza de que se van a producir en un universo predecible; y además con efectos contrarios. Algunos ejemplos de esta tesis son la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en siglo XVIII (suponen la caída en la barbarie, Edmund Burke); extensión del sufragio universal (el despotismo de las masas, Burkhardt), o la ley del divorcio que supondrá el fin de la familia.

La tesis de la futilidad: toda tentativa de reforma será inútil porque la sociedad y la economía están regidas por leyes naturales inalterables; se muestra que el orden social existente es experto en reproducirse a sí mismo. Es la estrategia del desaliento que ridiculiza las posibilidades de cambio, cuando Pareto piensa que era inútil cambiar la distribución del ingreso con políticas fiscales o de seguridad social y que lo único practico era aumentar la riqueza total. O cuando Michels desalienta la formación de partidos políticos sobre la base de que seguirán gobernando las oligarquías. La eficacia de esta tesis radica en hacer un balance de la medida antes de que esta se mida en la realidad.

La tesis del riesgo sostiene que el cambio, aunque acaso deseable en sí mismo, tiene un coste elevado y ocasionará graves daños a logros previos. Tal y como se planteaba en el siglo XIX en Inglaterra de que el Estado del Bienestar atentaría contra la libertad o provocaría una crisis en la gobernabilidad democrática. Aunque los regímenes totalitarios comunistas no fueron un caso de estudio para el autor, se sabe que esta es una de las tesis reactivas más recurrentes, cuando se postergan los derechos civiles y políticos con la excusa de que pondrían en peligro los derechos sociales asociados con el sistema.

La intención de Hirschman no es caricaturizar a los conservadores atribuyéndoles el uso exclusivo de la intransigencia, también descubre que es territorio frecuentado por los promotores de reformas progresistas, a fuerza de basar sus posiciones en aquello de que “la historia está de nuestro lado” y oponerse es fútil. Lo que escribió Marx sobre sus leyes del movimiento capitalista, que la sociedad moderna no podía saltarse las fases “naturales” de desarrollo ni abolirlas por decreto. Mientras los reaccionarios hablan del riesgo que puede sufrir un logro previo, los progresistas se sacan de la manga una falacia sinergista como contraparte retórica, es decir que las dos reformas se reforzarán mutuamente y el riesgo de la inmovilidad es mayor que el de la acción.

El economista recuerda que  los modernos regímenes pluralistas no surgieron de ningún amplio consenso sobre determinados valores, sino del hecho menos idílico de que los grupos en pugna acabaran reconociendo su respectiva incapacidad para dominar; “pa habernos matao” como dirían los humoristas.  Frente a este panorama de confrontación permanente que erosiona la convivencia democrática sometiéndola a graves tensiones y a una crisis de confianza ciudadana, donde los argumentos de unos y otros no siempre se ajustan a la realidad sino a matrices retóricas reiterativas, Hirschman recomienda tomar distancia y adoptar una posición madura: “empujar el discurso público más allá de posturas extremas e intransigentes de una y otra clase, con la esperanza de que en el proceso nuestros debates se tornen más amistosos con la democracia”.

El marco conceptual que nos enseña Retóricas de la Intransigencia puede usarse en un amplio espectro del quehacer político actual en cualquier parte: siempre alerta de los tics argumentales; más lógica y menos retórica. 

Enrique Garcia Mieres.

sábado, 5 de enero de 2013

Una tipología para Cuba: Postotalitarismo.


"Consentir al yo cualquier derecho frente al Estado Único sería lo mismo que mantener el criterio de que un gramo puede equivaler a una tonelada. De ello se llega a la siguiente conclusión: la tonelada tiene derechos, y el gramo deberes, y el único camino natural de la nada a la magnitud es: olvidar que sólo eres un gramo y sentirte como una millonésima parte de la tonelada" Yevgeni Zamiatin.


A menudo los regímenes  de corte comunista han sido clasificados como dictaduras o tiranías, términos imprecisos que se prestan para establecer analogías entre países con una realidad  particular muy diferente. En este sentido vemos  comparaciones artificiales en cuestiones como el alcance, la estabilidad, el declive o su legado; sirva de ejemplo el caso cubano y su equiparación  con algunas dictaduras militares de Latinoamérica u otros regímenes no democráticos  de diversa índole. En cuanto nos alejamos de esos conceptos genéricos, y contextualizamos al régimen cubano  dentro de la especificidad de los países comunistas,  contamos con una definición más precisa: la de régimen totalitario.

El término totalitarismo ha sido polémico como cualquier otro concepto tipológico que escoge determinadas dimensiones de la realidad obviando otras, así que de todos los autores prefiero partir de la  definición clásica de Friedrich con criterios empíricos, donde distingue seis características fundamentales que se pueden aplicar a los sistemas políticos de tipo soviético:  una ideología oficial, la marxista-leninista;  un único partido de masas controlado por una oligarquía;  el monopolio estatal de las armas;  el monopolio estatal de los medios de comunicación;  un sistema policial de terror: la KGB y sus sucedáneos; y finalmente un control de la economía mediante la planificación estatal. Juan Linz  abunda en otras consideraciones como cierta heterodoxia en la ideología oficial que no es desautorizada, o la participación de las masas: “se alienta, se exige y se compensa la participación ciudadana en una activa movilización en favor de tareas políticas y colectivas, participación que es canalizada a través de un partido único y muchos grupos secundarios monopólicos”. Como colofón a estas especificidades del totalitarismo, y porque contempla una mención a nuestro país : “El problema del terror de Estado, la represión, violación de los derechos civiles, imperio de la ley, garantías procesales, etc., no puede servir para el distingo entre regímenes, ni para la distinción entre regímenes totalitarios y autoritarios. Un régimen de fuertes tendencias totalitarias, como el de la Italia fascista después de la consolidación del poder, fue mucho menos represivo que varios de aquellos que de todas formas caracterizaríamos como autoritarios, y lo mismo puede decirse de la Cuba castrista.”

En el año 1996 Linz y Stepan publican el libro Problems of Democratic Transition and Consolidation   donde se cuestionan la utilidad de las distinciones tradicionales entre totalitarismo y autoritarismo para estudiar los regímenes comunistas europeos en sus últimos años, previos a los procesos de transición democrática. En estos países ya se había producido en menor o mayor grado alguna quiebra del ideal totalitario en apartados como: ideología, pluralismo, liderazgo y movilización. Así  se plantearon una nueva categoría, la de postotalitarismo, que a su vez presenta tres niveles: temprano, congelado y maduro. En la fase temprana  se halla muy próximo al ideal totalitario pero teniendo problemas con la capacidad de liderazgo,  caso  búlgaro de finales de los años 80. La congelada se caracteriza porque aun existiendo una mayor tolerancia hacia la crítica que ejerce la sociedad civil, todos los mecanismos de control del Estado-partido permanecen inalterables, caso checo entre 1977-1989. Finalmente en la fase madura se manifiestan cambios en todas las dimensiones excepto en el papel dirigente del partido, tomando como ejemplo la Hungría de 1982 a 1988.

Según Carlos Taibo esta modulación le resta fuerza a la categoría que pierde la universalidad  que correspondía al totalitarismo- que dicho sea de paso  fue heterogéneo en sus manifestaciones- y también le recrimina que no se pueda ejemplificar fuera del contexto comunista, limitación, que en tal caso, no afecta su aplicación a la situación cubana. En mi opinión la adjetivación no le resta valor alguno, por el contrario la hace más precisa, y permite analizar si el recorrido de un régimen totalitario es una adaptación a las circunstancias o hacia otro tipo de régimen. Cuando Taibo se cuestiona si el postotalitarismo es en realidad tan diferente del autoritarismo- y lo hace precisamente acudiendo a lo mismo que reprocha: particularidades nacionales- acusa a Linz y Stepan de estar prejuiciados con que no puede haber autoritarismo en un régimen  donde no hay economía de  mercado; una cuestión que no creo baladí porque sería perder la perspectiva de  dominación total, económica también al menos en su vertiente comunista no en la fascista, del punto de partida totalitario. No se debe pasar por alto que en ningún momento los autores  plantean que un sistema es más benigno que otro ni que los países autoritarios estén en camino hacia la transición. En cualquier caso hay una diferencia sustancial, en el postotalitarismo las referencias históricas, tanto para el gobierno como para la oposición, es el totalitarismo previo que borró cualquier tipo de pluralismo preexistente.

Con animo de resumir y obviando la categoría de sultanismo, también elaborada por los autores para otros regímenes, y para no enredar más la madeja, se presenta el siguiente cuadro:

Preguntarse en que punto del postotalitarismo se encuentra el régimen cubano podría antojarse  un ejercicio  inútil por tratarse de una realidad cambiante, en contraposición a las clasificaciones llevadas a cabo en  países excomunistas, realizadas ex post facto. Sin embargo  creo que, más que ubicarlo con exactitud, lo provechoso es considerar que aún tiene mucho recorrido  dentro de la categoría postotalitaria hasta alcanzar la fase madura. Es muy importante tomar este postulado como referencia para no cometer errores de interpretación durante la transformación del régimen, su adecuación a las circunstancias; que en ningún caso debe confundirse como señales hacia una transición democrática antinatura. Por más que eso implique una mayor liberación de las fuerzas productivas, tolerancia hacia la oposición o pluralismo institucional, incluso con otros partidos en el parlamento que continuará igual de aparente. Por último recordar que los regímenes postotalirarios colapsaron con independencia de su gradación totalitaria, que a la postre no fue determinante en las causas pero sí influyó en las formas en que se realizó la transición; pero esa es otra historia.

Enrique García Mieres.

Otras Historias de Cuba

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Dilvulgar esas historias sobre Cuba y los cubanos poco tratadas por la historiografía cubana. Enrique García Mieres.
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