UN PRESIDENTE A SALVO DE LOS CIUDADANOS.

¿Cómo los ciudadanos cubanos pueden cambiar al presidente?, .

IDEOLOGÍA OCIOSA.

Y ahora cuál es el plan.

LA DERIVA FASCISTA DE LOS PAÍSES COMUNISTAS.

Cuando el comunismo incorpora una economía capitalista.

BLOGMAILING? ALTERNATIVA PARA BLOGUEROS CUBANOS SIN INTERNET.

Como navegar usando el correo como única opción.

EL DIPUTADO SE LLAMABA CUADRO.

La teatralidad de ser diputado en Cuba.

CUBA A MANO ALZADA: ESTO ES UN ATRACO.

En Cuba el voto a mano alzada o secreto, no es la cuestión: el predelito.

CUBA: MINORITY REPORT.

En Cuba se condena antes de delinquir: el predelito.

FUERA DE LA LEY.

Cuánto Estado hay fuera del Estado.

CUBA ANTE LA RSC: OTRO EMBARGO?.

Cuba ante el riesgo de una nueva ética empresarial.

miércoles, 23 de enero de 2013

Tics Argumentales: Retóricas de la Intransigencia



Primero lo esbozó en la Universidad de Michigan con una conferencia en 1988 titulada Two Hundred Years of Reactionary Rhetoric: The Case of the Perverse Effect; y posteriormente con un libro: The Rethoric of Reaction (Retóricas de la Intransigencia, en su edición española). El economista y sociólogo Albert Hirschman, ante el acoso de las corrientes de opinión conservadoras al Estado del Bienestar en los años ochenta, se dedicó al estudio crítico del pensamiento reaccionario- entendiendo el término en el sentido newtoniano de reacción- desde una perspectiva histórica, analizando las resistencias que tuvieron las grandes reformas sociales y políticas liberales desde la Revolución Francesa, en la consecución de los derechos civiles, políticos y sociales. Una ristra de celebridades, Tocqueville, Burke, Pareto, Hayek, Friedman, Dickens, Polanyi, entre otros, son sometidos al escrutinio del autor que desvela una serie de débiles razonamientos y estereotipos, que se han venido usando a lo largo de la historia como tics argumentales.

Hirschman identifica tres tesis reaccionarias- es decir, opuestas a los cambios- que desde entonces se han convertido en un marco conceptual útil  para estudiar las fuerzas que pugnan en la dinámica política. La tesis de la perversidad o el efecto perverso según la cual toda acción que intenta mejorar el orden político, económico o social sólo sirve para exacerbar la condición negativa que se pretende remediar, “la tentativa de empujar a la sociedad en determinada dirección resultará, en efecto, en un movimiento, pero en la dirección opuesta”. No se trata de señalar la incertidumbre que acompaña a las acciones humanas, las imperfecciones o las consecuencias involuntarias; sino la certeza de que se van a producir en un universo predecible; y además con efectos contrarios. Algunos ejemplos de esta tesis son la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en siglo XVIII (suponen la caída en la barbarie, Edmund Burke); extensión del sufragio universal (el despotismo de las masas, Burkhardt), o la ley del divorcio que supondrá el fin de la familia.

La tesis de la futilidad: toda tentativa de reforma será inútil porque la sociedad y la economía están regidas por leyes naturales inalterables; se muestra que el orden social existente es experto en reproducirse a sí mismo. Es la estrategia del desaliento que ridiculiza las posibilidades de cambio, cuando Pareto piensa que era inútil cambiar la distribución del ingreso con políticas fiscales o de seguridad social y que lo único practico era aumentar la riqueza total. O cuando Michels desalienta la formación de partidos políticos sobre la base de que seguirán gobernando las oligarquías. La eficacia de esta tesis radica en hacer un balance de la medida antes de que esta se mida en la realidad.

La tesis del riesgo sostiene que el cambio, aunque acaso deseable en sí mismo, tiene un coste elevado y ocasionará graves daños a logros previos. Tal y como se planteaba en el siglo XIX en Inglaterra de que el Estado del Bienestar atentaría contra la libertad o provocaría una crisis en la gobernabilidad democrática. Aunque los regímenes totalitarios comunistas no fueron un caso de estudio para el autor, se sabe que esta es una de las tesis reactivas más recurrentes, cuando se postergan los derechos civiles y políticos con la excusa de que pondrían en peligro los derechos sociales asociados con el sistema.

La intención de Hirschman no es caricaturizar a los conservadores atribuyéndoles el uso exclusivo de la intransigencia, también descubre que es territorio frecuentado por los promotores de reformas progresistas, a fuerza de basar sus posiciones en aquello de que “la historia está de nuestro lado” y oponerse es fútil. Lo que escribió Marx sobre sus leyes del movimiento capitalista, que la sociedad moderna no podía saltarse las fases “naturales” de desarrollo ni abolirlas por decreto. Mientras los reaccionarios hablan del riesgo que puede sufrir un logro previo, los progresistas se sacan de la manga una falacia sinergista como contraparte retórica, es decir que las dos reformas se reforzarán mutuamente y el riesgo de la inmovilidad es mayor que el de la acción.

El economista recuerda que  los modernos regímenes pluralistas no surgieron de ningún amplio consenso sobre determinados valores, sino del hecho menos idílico de que los grupos en pugna acabaran reconociendo su respectiva incapacidad para dominar; “pa habernos matao” como dirían los humoristas.  Frente a este panorama de confrontación permanente que erosiona la convivencia democrática sometiéndola a graves tensiones y a una crisis de confianza ciudadana, donde los argumentos de unos y otros no siempre se ajustan a la realidad sino a matrices retóricas reiterativas, Hirschman recomienda tomar distancia y adoptar una posición madura: “empujar el discurso público más allá de posturas extremas e intransigentes de una y otra clase, con la esperanza de que en el proceso nuestros debates se tornen más amistosos con la democracia”.

El marco conceptual que nos enseña Retóricas de la Intransigencia puede usarse en un amplio espectro del quehacer político actual en cualquier parte: siempre alerta de los tics argumentales; más lógica y menos retórica. 

Enrique Garcia Mieres.

sábado, 5 de enero de 2013

Una tipología para Cuba: Postotalitarismo.


"Consentir al yo cualquier derecho frente al Estado Único sería lo mismo que mantener el criterio de que un gramo puede equivaler a una tonelada. De ello se llega a la siguiente conclusión: la tonelada tiene derechos, y el gramo deberes, y el único camino natural de la nada a la magnitud es: olvidar que sólo eres un gramo y sentirte como una millonésima parte de la tonelada" Yevgeni Zamiatin.


A menudo los regímenes  de corte comunista han sido clasificados como dictaduras o tiranías, términos imprecisos que se prestan para establecer analogías entre países con una realidad  particular muy diferente. En este sentido vemos  comparaciones artificiales en cuestiones como el alcance, la estabilidad, el declive o su legado; sirva de ejemplo el caso cubano y su equiparación  con algunas dictaduras militares de Latinoamérica u otros regímenes no democráticos  de diversa índole. En cuanto nos alejamos de esos conceptos genéricos, y contextualizamos al régimen cubano  dentro de la especificidad de los países comunistas,  contamos con una definición más precisa: la de régimen totalitario.

El término totalitarismo ha sido polémico como cualquier otro concepto tipológico que escoge determinadas dimensiones de la realidad obviando otras, así que de todos los autores prefiero partir de la  definición clásica de Friedrich con criterios empíricos, donde distingue seis características fundamentales que se pueden aplicar a los sistemas políticos de tipo soviético:  una ideología oficial, la marxista-leninista;  un único partido de masas controlado por una oligarquía;  el monopolio estatal de las armas;  el monopolio estatal de los medios de comunicación;  un sistema policial de terror: la KGB y sus sucedáneos; y finalmente un control de la economía mediante la planificación estatal. Juan Linz  abunda en otras consideraciones como cierta heterodoxia en la ideología oficial que no es desautorizada, o la participación de las masas: “se alienta, se exige y se compensa la participación ciudadana en una activa movilización en favor de tareas políticas y colectivas, participación que es canalizada a través de un partido único y muchos grupos secundarios monopólicos”. Como colofón a estas especificidades del totalitarismo, y porque contempla una mención a nuestro país : “El problema del terror de Estado, la represión, violación de los derechos civiles, imperio de la ley, garantías procesales, etc., no puede servir para el distingo entre regímenes, ni para la distinción entre regímenes totalitarios y autoritarios. Un régimen de fuertes tendencias totalitarias, como el de la Italia fascista después de la consolidación del poder, fue mucho menos represivo que varios de aquellos que de todas formas caracterizaríamos como autoritarios, y lo mismo puede decirse de la Cuba castrista.”

En el año 1996 Linz y Stepan publican el libro Problems of Democratic Transition and Consolidation   donde se cuestionan la utilidad de las distinciones tradicionales entre totalitarismo y autoritarismo para estudiar los regímenes comunistas europeos en sus últimos años, previos a los procesos de transición democrática. En estos países ya se había producido en menor o mayor grado alguna quiebra del ideal totalitario en apartados como: ideología, pluralismo, liderazgo y movilización. Así  se plantearon una nueva categoría, la de postotalitarismo, que a su vez presenta tres niveles: temprano, congelado y maduro. En la fase temprana  se halla muy próximo al ideal totalitario pero teniendo problemas con la capacidad de liderazgo,  caso  búlgaro de finales de los años 80. La congelada se caracteriza porque aun existiendo una mayor tolerancia hacia la crítica que ejerce la sociedad civil, todos los mecanismos de control del Estado-partido permanecen inalterables, caso checo entre 1977-1989. Finalmente en la fase madura se manifiestan cambios en todas las dimensiones excepto en el papel dirigente del partido, tomando como ejemplo la Hungría de 1982 a 1988.

Según Carlos Taibo esta modulación le resta fuerza a la categoría que pierde la universalidad  que correspondía al totalitarismo- que dicho sea de paso  fue heterogéneo en sus manifestaciones- y también le recrimina que no se pueda ejemplificar fuera del contexto comunista, limitación, que en tal caso, no afecta su aplicación a la situación cubana. En mi opinión la adjetivación no le resta valor alguno, por el contrario la hace más precisa, y permite analizar si el recorrido de un régimen totalitario es una adaptación a las circunstancias o hacia otro tipo de régimen. Cuando Taibo se cuestiona si el postotalitarismo es en realidad tan diferente del autoritarismo- y lo hace precisamente acudiendo a lo mismo que reprocha: particularidades nacionales- acusa a Linz y Stepan de estar prejuiciados con que no puede haber autoritarismo en un régimen  donde no hay economía de  mercado; una cuestión que no creo baladí porque sería perder la perspectiva de  dominación total, económica también al menos en su vertiente comunista no en la fascista, del punto de partida totalitario. No se debe pasar por alto que en ningún momento los autores  plantean que un sistema es más benigno que otro ni que los países autoritarios estén en camino hacia la transición. En cualquier caso hay una diferencia sustancial, en el postotalitarismo las referencias históricas, tanto para el gobierno como para la oposición, es el totalitarismo previo que borró cualquier tipo de pluralismo preexistente.

Con animo de resumir y obviando la categoría de sultanismo, también elaborada por los autores para otros regímenes, y para no enredar más la madeja, se presenta el siguiente cuadro:

Preguntarse en que punto del postotalitarismo se encuentra el régimen cubano podría antojarse  un ejercicio  inútil por tratarse de una realidad cambiante, en contraposición a las clasificaciones llevadas a cabo en  países excomunistas, realizadas ex post facto. Sin embargo  creo que, más que ubicarlo con exactitud, lo provechoso es considerar que aún tiene mucho recorrido  dentro de la categoría postotalitaria hasta alcanzar la fase madura. Es muy importante tomar este postulado como referencia para no cometer errores de interpretación durante la transformación del régimen, su adecuación a las circunstancias; que en ningún caso debe confundirse como señales hacia una transición democrática antinatura. Por más que eso implique una mayor liberación de las fuerzas productivas, tolerancia hacia la oposición o pluralismo institucional, incluso con otros partidos en el parlamento que continuará igual de aparente. Por último recordar que los regímenes postotalirarios colapsaron con independencia de su gradación totalitaria, que a la postre no fue determinante en las causas pero sí influyó en las formas en que se realizó la transición; pero esa es otra historia.

Enrique García Mieres.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Otros códigos, misma dictadura.

Último Jueves, espacio de debate de la Revista Temas.
En las primeras décadas de la revolución toda persona que no respondiera al canon sobrevenido con la nueva ideología estaba en la cárcel o en campos de trabajo para “reformarse”, miles de cubanos padecieron aquellas prácticas tan categóricas. Utilizar ese patrón histórico para medir el comportamiento actual del régimen en relación con sus ciudadanos no es posible, el régimen ha modificado sus códigos adaptándolos a las nuevas circunstancias. Si antes eran miles los presos políticos y hoy son “solo” cientos, la diferencia, a pesar de tener una sociedad diferente- más descreída y menos vivida en las transformaciones revolucionarias con nuevas generaciones-, radica en ese nuevo “know how”. Los periodistas independientes, Damas de Blanco, activistas, opositores, disidentes y reformistas, entre otros, son reprimidos, no podía ser de otro modo tratándose de una dictadura, pero no están todos en la cárcel.
Recientemente, en el marco de un debate organizado por una revista cubana financiada por el Ministerio de Cultura, hubo un intercambio entre activistas políticos contrarios o desafectos al régimen y funcionarios gubernamentales. No fue el primero ni será el último encuentro de este tipo en Cuba, ya desde finales de los años 80, a raíz de la perestroika, en los ámbitos culturales y académicos sucedían eventos similares, de mayor o menor calado crítico con la ortodoxia oficial. Parte de la opinión publica cree ver en estos sucesos señales de cambio para luego constatar al pasar los años que todo sigue igual que siempre.
La permisividad del gobierno con la crítica y su aparente distensión   represiva, incluso en el terreno puramente político,  responde a una estrategia de contención y acotación. Lo que sucede en un recinto cerrado,  plaza, patio, y hasta una calle, no tendrá ningún impacto en el resto de la población que permanecerá al margen, esto es posible con el absoluto dominio sobre los medios de información. En cuanto esa crítica se desborda del marco de control se reprime a la vieja usanza, entonces los medios sí divulgan su propia versión ya con los protagonistas demonizados y caricaturizados sin el mensaje crítico que les precedía. Incluso la acotación de sucesos puede ser sofisticada, y en lugar de un mal trago del oficialismo, casi clandestino, se usa para dar una imagen positiva entre los que si pueden mirar, como son los medios extranjeros. En este sentido de aislamiento, el intercambio de ideas opuestas, presunto germen de una muda democrática tampoco suma adeptos en su modalidad presencial, por falta de divulgación y otras adversidades; al final los asistentes y protagonistas funcionan como una nueva farándula, son siempre los mismos, todos saben quién es quién y lo que piensan los demás.
Si aplicáramos el patrón antiguo para analizar esta realidad caeríamos en un error de bulto, considerar que todos son parte del sistema y este los utiliza como figurantes de una nueva puesta en escena; o interpretamos que el régimen está mutando hacia mayores libertades, a remolque de la sociedad o a trompicones por la pugna de las fuerzas internas del régimen. Los nuevos modales, contención, acotación, estigmatización, y demás, son igual de efectivos si se combinan con la represión de siempre, y la dictadura continúa sin cambiar un ápice   su esencia.
Enrique García Mieres.

jueves, 9 de agosto de 2012

LA VERDAD COMUNISTA DE UNA MENTIRA CASTRISTA



Todo lo que sirve a la causa del Partido Comunista es absolutamente moral”.
Lenin.



Sabemos que la Revolución cubana de 1959 que prometía justicia social y recuperar la normalidad constitucional fue traicionada por sus lideres, cuando estos decidieron unos meses después ampararse en el comunismo soviético para resistir las hostilidades y reacción de los intereses creados en el régimen precedente. Este cambio de rumbo, aparentemente circunstancial, frustró las expectativas de parte de la sociedad que pasó instantáneamente a ser considerada contrarrevolucionaria en la medida que el gobierno se apropió del término Revolución para nombrar al Socialismo comunista que se instauraba.
Siempre hubo controversia a la hora de valorar si  esta transformación fue realmente circunstancial o había una agenda oculta a desarrollar con nocturnidad y alevosía, confusión alentada por el propio gobierno que juró y perjuró en numerosas ocasiones que no eran comunistas y que tales acusaciones eran puras calumnias. Pasados los años cuando el Socialismo ya fue una realidad plena y se impuso una visión teleológica de la historia, el oficialismo pretende una narrativa histórica coherente, sin fisuras ni lagunas, que supere aquel inicio revolucionario aunque para ello tenga que mentir o sin ningún pudor contar que efectivamente engañar al pueblo era un camino necesario.

En este sentido son las palabras de Fidel Castro en su libro La victoria estratégica: “La mayoría de los revolucionarios antimachadistas o antibatistianos de los años 30 se habían vuelto pseudorrevolucionarios. El único partido que poseía una visión revolucionaria era el comunista pero estaba aislado. De ahí que era preciso lanzar un programa revolucionario por fuera de ese partido para ganar a la mayoría de la población y luego conducir un cambio revolucionario por la vía socialista."  Es discutible suponer falsedad en todas las fuerzas políticas que se autodenominaban revolucionarias durante el periodo republicano, pero considerar que el partido comunista era depositario de la autenticidad revolucionaria es una ficción tendenciosa y faltar a la verdad. Es comprensible que el régimen castrista quiera inventarle semejante pedigrí  al partido comunista que a fin de cuentas es la  marca comercial autorizada  para operar una franquicia soviética, pero por mucho que se empeñe los hechos históricos son los que son.

El partido comunista cubano, una embajada de la Comintern  en la isla, siempre fue una fuerza política posibilista que alternaba entre sumarse a las revoluciones hechas por otros- cuando no las entorpecía para sacar alguna ventaja- y participar de las instituciones para medrar dentro de ellas, sin ningún tipo de escrúpulos y desde luego sin enarbolar la bandera de la revolución. Se pueden relatar someramente una serie de acontecimientos para ilustrarlo y que, faltaría más, son olvidados por la historiografía oficial. Casi en su estreno los comunistas expulsan a Julio Antonio Mella del partido cuando este inicia una huelga de hambre  en la cárcel exigiendo su libertad y la de sus compañeros, huelga seguida a diario por toda Cuba en la prensa y que despertó tanto la solidaridad popular como la de intelectuales, políticos y hasta congresistas, pero al partido no le gustó semejante albedrío revolucionario. En los últimos días de Machado, cuando ya estaba contra las cuerdas acosado por obreros, estudiantes, conspiraciones  y demás fuerzas de acción revolucionarias  el partido comunista en manos de Villena se le ofrece al tirano para detener la huelga obrera a cambio de su legalización y otras ventajas políticas, aunque  en la posterior autocrítica  a este suceso se le llamó el “error de agosto”  tal actitud ya apuntaba hasta dónde era capaz de llegar el partido y cuánto tenía de revolucionario; y así fue que poco tiempo después se opuso al gobierno revolucionario de Grau y Guiteras, a pesar de que este tomase las medidas más progresistas que se habían visto en el país, contribuyendo a su caída desde posiciones radicales, y convirtiéndose en un aliado involuntario de la reacción en dicha faena.

Pocos años después de la revolución del 33 ya no hubo casualidad circunstancial, esta vez el partido comunista se acerca al hombre fuerte del gobierno, Batista, que de repente dejó de ser considerado un “traidor al servicio del imperialismo”  para convertirse en su aliado político durante las tres próximas citas electorales. A la vera de Batista consiguió su legalización, controlar los sindicatos, desarrollar medios de comunicación en prensa y radio, ganar delegados a la asamblea constituyente, congresistas, senadores, el gobierno en el año 1940 con dos ministros en esa legislatura. Es la época en que se pueden leer editoriales como estos: “Fulgencio Batista y Zaldívar, cubano cien por cien, celoso guardador de la libertad patria, tribuno elocuente y popular, llegará al más alto cargo de la Nación como un formidable reconocimiento de su actuación recta y como la demostración evidentísima del sentir y del pensar de nuestro pueblo” (periódico comunista Hoy, 14 de Julio de 1940). O este otro: “Batista Presidente y Marinello Alcalde son las piedras angulares en que descansa la fe y el porvenir del sufrido pueblo cubano. Ellos son las manecillas de un reloj que marcan la hora de las reivindicaciones patrias” (Hoy, 13 de Julio de 1940).

En esas elecciones de 1940 hubo serias acusaciones de fraude, pero los comunistas ganadores en la coalición batistiana no se dieron por aludidos: “El Coronel Batista ha sido electo presidente de la Republica por una mayoría  abrumadora de votos. El resultado de las elecciones del Domingo no podía sorprender sino a aquellos ilusos que sobrestimando sus propias fuerzas fueron incapaces de interpretar el verdadero estado de conciencia popular…. es el triunfo de una política de progreso, es el triunfo del pueblo de Cuba” (Hoy, 16 de Julio de 1940). También había sitio en la prensa comunista para la lealtad: “Los únicos hombres leales a la plataforma de Batista son los que militan en Unión Revolucionario Comunista. J Marinello”  (Hoy, 14 de Febrero de 1941); y la adulación: “Celebra hoy su onomástico , el Honorable Presidente de la Republica, Mayor General Fulgencio Batista y Zaldívar, gobernante de profundas raíces populares, de arraigados principios democráticos, el Mayor General Batista conduce a la patria por el camino de la dignidad Nacional y el progreso”  (Hoy, 16 de Enero de 1944). En las siguientes elecciones de 1944 con Carlos Saladrigas, ex primer ministro de Batista, como candidato se repite la alianza electoral: “El Partido Comunista cree que Saladrigas será el continuador de la MAGNA OBRA DE BATISTA” (Hoy, 13 de Mayo de 1944); pero las perdieron.

Perdedor de esas elecciones no crean que el partido mantuvo su lealtad batistiana para ejercer la oposición, el gobierno vencedor de Grau no contaba con mayoría en el congreso y los comunistas acudieron en su auxilio, ofreciéndoles su apoyo a cambio de que Marinello ocupase la vicepresidencia del Senado. ¿Esta es la historia de una fuerza política auténticamente revolucionaria como refiere Castro? quizás, en la acepción particular del término que debe tener el régimen revolucionario; quizás, entendiendo el oportunismo como la virtud de más peso en su criterio. Y si Castro pretendiera narrar el comunismo a partir de que él ya aparece como figura destacada en el acontecer político de Cuba, también tendría que mirar hacia otro lado para disimular que el partido comunista calificó el asalto al cuartel Moncada, el mito fundacional del régimen actual, de Putch: “El camino escogido por Fidel Castro y sus compañeros es falso. Nosotros, que apreciamos su limpieza moral y que estamos convencidos de su honradez, tenemos que decir que el putch, que la acción armada desesperada y con categoría de aventura, no conducen a otra cosa que al fracaso, al desperdicio de fuerzas, a la muerte de su objetivo. Tenemos que decir eso, y convencer a esos jóvenes, y a todos los jóvenes que piensan como ellos, que el camino es el de la lucha de masas y la acción de masas.”  (Carta Semanal No 16, 20 de Octubre de 1953); o ante el hecho de que  los comunistas se desmarcan de la huelga general del 9 de Abril de 1958, convocada por el propio Fidel para darle la puntilla definitiva a Batista. Haría falta mucho fingimiento para olvidar la verdadera historia del partido comunista cubano y aun así considerarlo el paradigma de la visión revolucionaria.

Enrique Garcia Mieres.

martes, 12 de junio de 2012

UN PRESIDENTE A SALVO DE LOS CIUDADANOS.

Si el sentimiento de opresión en los países
totalitarios es, en general, mucho menos agudo que lo que se
imagina la mayoría de las personas en los países liberales,
ello se debe a que los gobiernos totalitarios han conseguido
en alto grado que la gente piense como ellos desean que lo
haga.
Camino de Servidumbre.
F.A. Hayek.

¿Cómo los ciudadanos  pueden cambiar al presidente?, parece una perogrullada  que merece  una respuesta trivial: eligiendo a otro para el cargo. Pero si  reformulamos la pregunta dirigida a los ciudadanos cubanos, entonces la respuesta adquiere un cariz insólito: no  pueden. No solo porque se trate de una dictadura que a fin de cuentas  acostumbran a trampear  resultados electorales para perpetuarse, provocando una voluntad fatalista de impotencia en la ciudadanía, sino porque sencillamente los cubanos carecen de tal atribución: no pueden cambiar al presidente.

En un sistema parlamentario, y el cubano pretende serlo, el jefe de gobierno es elegido de forma indirecta por los ciudadanos que votan por los diputados al parlamento, y estos a su vez eligen al presidente. En Cuba existe una variante de este proceso que lo hace aun más indirecto, el parlamento nombra a un consejo- Consejo de Estado, una elite parlamentaria, - que finalmente es quien elige al jefe de Estado. Visto así parece que no hay graves inconvenientes en que finalmente la voluntad popular se materialice, un escalón más o menos tanto da. El problema comienza en dar por sentado que el sistema siempre contempla esa “voluntad popular”, el deseo sobre que programa político  quieren los ciudadanos y la persona que debería liderarlo. En otras palabras, que los diputados elegidos sean portadores de un contenido afín a la voluntad de sus votantes.

Pero en Cuba no ocurre de ese modo, los candidatos al parlamento no pueden postularse con programa alguno, ni los ciudadanos eligen entre propuestas políticas particulares o partidistas; se escoge entre los candidatos a partir de sus biografías y  currículos profesionales para que ocupen un escaño en el parlamento, y cumplan la función y  tramites que les tiene reservada la cámara baja (en Cuba no hay Senado), es decir un funcionario ( el diputado al tomar posesión de su cargo se convierte en cuadro del Estado) vacío de contenido. Esto provoca que en el parlamento no se reproduzca a la sociedad civil mediante sus representantes, no hay que resolver diferencias ni escoger entre afinidades.

Ante este panorama qué sentido tendría contabilizar diputados favorables o contrarios, buscar un denominador común entre los programas electorales- en Cuba no están permitidos los partidos políticos que aglutinan diputados entorno a un  proyecto común-, establecer alianzas políticas que culminen en mayorías necesarias para gobernar. Ningún sentido, y por eso el parlamento levanta la mano de modo unánime para formalizar lo predestinado. Tampoco lo tiene intentar una moción de censura, porque a qué opción le restas diputados y a cuál le sumas si no hay opciones programáticas en el parlamento.

La única posibilidad, radical y surrealista, para que la ciudadanía  pueda cambiar al actual presidente de gobierno es pretender que no consiga un escaño en el parlamento,  convencer  a los electores del remoto pueblecito por el que se ha presentado siempre para que no le voten, que renuncien a su folclore, orgullo de elegir al eminente diputado. Apartado ya de la voluntad popular, el gobierno local de ese pueblo puede revocar al diputado (artículo 6, Ley No 89), pero eso ya es demasiada temeridad.

¿Son conscientes los ciudadanos cubanos de que no pueden cambiar al presidente? Es como preguntar el grado de conciencia que hay en la inercia. Inercia que viene de los diecisiete años previos a la constitución comunista actual, durante los cuales el pueblo cubano jamás  fue consultado sobre  el sistema político ni el jefe de gobierno, una rutina fatalista que no ha hecho más que institucionalizarse.

martes, 22 de mayo de 2012

Ideología ociosa.

Los jóvenes cubanos que aún defienden a la Revolución en un ámbito controversial con adversarios ideológicos suelen recurrir compulsivamente al pasado de sus padres y abuelos, no solo para justificar   el mito fundacional revolucionario del que se consideran deudores, también  para explicar su techo, de como hubo una vez, cuando las circunstancias geopolíticas eran favorables- en Román Paladino cuando llovía dinero soviético-  se alcanzó la cima del bienestar socialista (en realidad un estado del “regularestar”). En todo  caso no se perciben, entre otras cosas porque no lo son, como protagonistas de hechos “gloriosos” presentes o venideros. Esto los convierte en jóvenes regresivos, en contraposición a la actitud transformadora y progresista de la que se sentían participes sus padres que entonces construían una utopía, o distopía a la vista del resultado final. Los jóvenes de ayer, por decirlo de alguna manera materializaban su ideología en aquellos planes maestros que diseñaban sus líderes, estaban ocupados haciendo cosas aunque fuesen delirantes. Los cubanos de hoy  viven con una ideología ociosa, habitando las ruinas de aquellas obras.

Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo describía algunos rasgos de estas ideologías: el pensamiento ideológico se torna emancipado de la realidad que percibimos con nuestros cinco sentidos e insiste en una realidad «más verdadera», oculta tras todas las cosas perceptibles, dominándolas desde este escondrijo y requiriendo un sexto sentido que nos permite ser conscientes de ella. Este sexto sentido es precisamente proporcionado por la ideología, ese especial adoctrinamiento ideológico que es enseñado por las instituciones docentes establecidas exclusivamente con esta finalidad, la de preparar a los «soldados políticos». Ese sexto sentido y la realidad “más verdadera” que anulaba los sueños personales o los trastocaba en colectivos eran un motor para la vida del revolucionario.

Pero qué pasa hoy cuando ya no hay planes quiméricos que den sentido a la cotidianidad, ni recursos financieros caídos del cielo comunista, que proveía con religiosa puntualidad, para iniciarlos. Cuando el líder “profeta” ya no interpreta el pasado, presente y futuro para conseguir de un modo inevitable, siguiendo sus propias reglas, que esas profecías se autorrealizaran. Pasa que los revolucionarios se quedaron huérfanos de sueños colectivos, sin tareas ni encomiendas más allá del ritual y la liturgia, con una ideología huera de contenido efectivo. Y lo acepten o no, solos, con sus anhelos particulares que el sistema en ruinas ya no solicita. El propósito de la educación totalitaria nunca ha sido inculcar convicciones, sino destruir la capacidad para formar alguna ( Arendt, idem).

Enrique García Mieres.

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lunes, 7 de mayo de 2012

La deriva fascista de los países comunistas.

Vivimos unos tiempos en los que todo se concibe y percibe  en clave económica, y fuera de ahí lo demás parece no existir. En tal sentido las nuevas-o no tanto- realidades políticas en países como China o Viet Nam con regímenes  comunistas que han implantado una economía de corte capitalista son consideradas por la comunidad internacional con apelativos, fuera del debate doctrinal, que constituyen verdaderos casos de oxímoron: “Capitalismo de Estado” o “Socialismo de Mercado”. Nótese que para consumo de socialistas, propios o extraños, lo de capitalismo y mercado tienen un tono peyorativo y por lo tanto hay que acompañarlo de palabras supuestamente laudatorias como Socialismo o  Estado. Con esta designación asentada en el ámbito exclusivamente económico la gente parece darse por satisfecha, como si no hiciera falta mirar más allá. Los que sí lo hacen y encuentran que no se trata de ordinarias dictaduras  privatizando empresas, sino de la incorporación de la propiedad privada y las prácticas económicas capitalistas a un sistema totalitario, recuerdan que ya conocíamos un nombre para algo así: fascismo.

Quizás sea conveniente hacer un poco de memoria sobre los dos grandes totalitarismos del siglo pasado: comunismo y fascismo. A pesar de ser antagónicos e irreconciliables es preciso recordar que ambos se ofrecieron como la única alternativa posible para superar  al capitalismo burgués y liberal: “El trabajador en un estado capitalista no es visto como un creador, sino como una máquina, un número, una rueda en la máquina, sin sentimientos ni razón. Está alienado de lo que produce. El trabajo es la única manera de sobrevivir, no un camino para mayores bendiciones, no un placer, no algo de lo que estar orgulloso, satisfecho. Somos un partido de trabajadores porque vemos que se aproxima la batalla entre finanzas y trabajo, el principio del final de la estructura del siglo XX. Estamos de lado del trabajo y contra las finanzas. El dinero es la vara con que mide el liberalismo, el trabajo y el talento del estado Socialista. El Liberal pregunta: ¿Qué eres?, el Socialista pregunta: ¿Quién eres? No queremos hacer a todas las personas idénticas, tampoco queremos niveles sociales, alto y bajo, por encima y por debajo”. La cita no era de un marxista sino de Goebbels en el discurso “Por qué somos Nacional- Socialistas”.

Si nos ahorramos describir todo lo que tuvieron de horrible y grotesco ambos sistemas durante su recorrido histórico, a pesar de sus pretensiones doctrinales, retóricas y delirios caudillistas, y sólo  reparamos en el resultado final de su modelo de Estado tan similar en ambos casos: unicidad partidista y sindical, ideologización de la sociedad encuadrada en organizaciones de masas al servicio de la identidad Estado-partido-gobierno-pueblo, y demás rasgos totalitarios en prensa, justicia, doctrina, seguridad, etc. Se puede recordar que las diferencias, en forma de reproches comunistas, eran relativas a cuánto se desmontaba del sistema capitalista precedente. El comunismo lo desmantela por completo, el Estado queda como depositario absoluto de la propiedad y los intereses de clases, que ya no tendrán que reivindicarse  porque la burocracia estatal se hará cargo de velar por la “justicia” social. Mientas el fascismo, que se definía como la tercera vía entre capitalismo y comunismo, creaba el estado corporativo con una economía dirigida donde se “armonizaban” los intereses de trabajadores y burguesía, bajo control del Estado y al servicio de este. Así la burguesía consentida que pasaba el filtro ideológico  se incorporaba a la elite privilegiada junto a la burocracia del Estado. Los dos sistemas asignan de modo coactivo lo que es “conveniente” al trabajador sin opciones de protestar.

 Los países comunistas que se transforman hacia una economía mixta, de capital público y privado, están desandando el camino situándose en una tercera vía intermedia semejante a los fascistas. Esta vez creando de la nada esa burguesía fiel que acompaña a la élite burocrática, y que dispone de una clase trabajadora obediente y “armonizada” ideológicamente. Es un error de percepción- ingenua o interesada- considerar que estamos ante una transición paulatina hacia un régimen capitalista y democrático, porque esto conlleva a que se evalúen dichas transformaciones  en la medida que se avanza en la buena dirección. Pero no es así, la supuesta transición es un fin en sí misma, hasta alcanzar todo el capitalismo que el sistema comunista pueda digerir sin perder su naturaleza totalitaria que es la que garantiza el poder a la nueva élite, partidista y capitalista. De no gozar de tan mala prensa, algunos ya se habrían apurado en llamar al conocido modelo chino  como “Fascismo del siglo XXI”.

Enrique García Mieres.

Otras Historias de Cuba

Otras Historias de Cuba
Dilvulgar esas historias sobre Cuba y los cubanos poco tratadas por la historiografía cubana. Enrique García Mieres.
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