Primero lo esbozó en la Universidad de
Michigan con una conferencia en 1988 titulada Two
Hundred Years of Reactionary Rhetoric: The Case of the Perverse Effect; y
posteriormente con un libro: The Rethoric of Reaction (Retóricas de la
Intransigencia, en su edición española). El economista y sociólogo Albert
Hirschman, ante el acoso de las corrientes de opinión conservadoras al Estado
del Bienestar en los años ochenta, se dedicó al estudio crítico del pensamiento
reaccionario- entendiendo el término en el sentido newtoniano de reacción- desde
una perspectiva histórica, analizando las resistencias que tuvieron las grandes
reformas sociales y políticas liberales desde la Revolución Francesa, en la
consecución de los derechos civiles, políticos y sociales. Una ristra de
celebridades, Tocqueville, Burke, Pareto, Hayek, Friedman, Dickens, Polanyi,
entre otros, son sometidos al escrutinio del autor que desvela una serie de débiles
razonamientos y estereotipos, que se han venido usando a lo largo de la
historia como tics argumentales.
Hirschman identifica tres tesis
reaccionarias- es decir, opuestas a los cambios- que desde entonces se han
convertido en un marco conceptual útil para
estudiar las fuerzas que pugnan en la dinámica política. La tesis de la
perversidad o el efecto perverso según la cual toda acción que intenta mejorar
el orden político, económico o social sólo sirve para exacerbar la condición negativa
que se pretende remediar, “la tentativa
de empujar a la sociedad en determinada dirección resultará, en efecto, en un
movimiento, pero en la dirección opuesta”. No se trata de señalar la
incertidumbre que acompaña a las acciones humanas, las imperfecciones o las
consecuencias involuntarias; sino la certeza de que se van a producir en un
universo predecible; y además con efectos contrarios. Algunos ejemplos de esta
tesis son la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en siglo
XVIII (suponen la caída en la barbarie, Edmund Burke); extensión del sufragio
universal (el despotismo de las masas, Burkhardt), o la ley del divorcio que
supondrá el fin de la familia.
La tesis de la futilidad: toda
tentativa de reforma será inútil porque la sociedad y la economía están regidas
por leyes naturales inalterables; se
muestra que el orden social existente es experto en reproducirse a sí mismo.
Es la estrategia del desaliento que ridiculiza las posibilidades de cambio,
cuando Pareto piensa que era inútil cambiar la distribución del ingreso con políticas
fiscales o de seguridad social y que lo único practico era aumentar la riqueza
total. O cuando Michels desalienta la formación de partidos políticos sobre la
base de que seguirán gobernando las oligarquías. La eficacia de esta tesis
radica en hacer un balance de la medida antes de que esta se mida en la
realidad.
La tesis del riesgo sostiene que el
cambio, aunque acaso deseable en sí mismo, tiene un coste elevado y ocasionará
graves daños a logros previos. Tal y como se planteaba en el siglo XIX en
Inglaterra de que el Estado del Bienestar atentaría contra la libertad o
provocaría una crisis en la gobernabilidad democrática. Aunque los regímenes
totalitarios comunistas no fueron un caso de estudio para el autor, se sabe que
esta es una de las tesis reactivas más recurrentes, cuando se postergan los
derechos civiles y políticos con la excusa de que pondrían en peligro los
derechos sociales asociados con el sistema.
La intención de Hirschman no es
caricaturizar a los conservadores atribuyéndoles el uso exclusivo de la
intransigencia, también descubre que es territorio frecuentado por los
promotores de reformas progresistas, a fuerza de basar sus posiciones en
aquello de que “la historia está de nuestro lado” y oponerse es fútil. Lo que
escribió Marx sobre sus leyes del movimiento capitalista, que la sociedad
moderna no podía saltarse las fases “naturales” de desarrollo ni abolirlas por
decreto. Mientras los reaccionarios hablan del riesgo que puede sufrir un logro
previo, los progresistas se sacan de la manga una falacia sinergista como
contraparte retórica, es decir que las dos reformas se reforzarán mutuamente y
el riesgo de la inmovilidad es mayor que el de la acción.
El economista recuerda que los modernos regímenes pluralistas no
surgieron de ningún amplio consenso sobre determinados valores, sino del hecho
menos idílico de que los grupos en pugna acabaran reconociendo su respectiva
incapacidad para dominar; “pa habernos matao” como dirían los humoristas. Frente a este panorama de confrontación
permanente que erosiona la convivencia democrática sometiéndola a graves tensiones
y a una crisis de confianza ciudadana, donde los argumentos de unos y otros no
siempre se ajustan a la realidad sino a matrices retóricas reiterativas,
Hirschman recomienda tomar distancia y adoptar una posición madura: “empujar el discurso público más allá de
posturas extremas e intransigentes de una y otra clase, con la esperanza de que
en el proceso nuestros debates se tornen más amistosos con la democracia”.
El marco conceptual que nos enseña
Retóricas de la Intransigencia puede usarse en un amplio espectro del quehacer
político actual en cualquier parte: siempre alerta de los tics argumentales;
más lógica y menos retórica.
Enrique
Garcia Mieres.